Dijo una vez Don José: "No permitas que la hoja te impida ver el bosque".
Ni qué hablar que el hombre tenía mucho Sarandí cortado, porque si vamos a ser sin¬ceros, ¿quién alguna vez no se mandó una metida de pata o tomó una decisión equivocada por no hacer una paradita, levantar la cabeza y poner la pelota bajo el brazo?
Usted, sin ir más lejos. ¿Se acuerda Don Romualdo cuando cruzó cuatro veces el mismo sangrador en los montes del Queguay Chico antes de darse cuenta que estaba más desorientado que Adán en el Día de la Madre? Así que cuando se trepó al viejo viraró para poder divisar la lucecita del campamento lo que hizo fue justamente eso: elevarse. Porque de eso se trata: siempre elevarse; de esa forma podemos ver más lejos y en forma panorámica el mundo que nos rodea. Por eso cuando hace unos días recibí la carta del "Peta", un simpático lector de la industriosa Ciudad de Pando, no tuve más remedio que reconocer que el amigo tiene razón; que sabe lo que es pasar mal (porque el que caza en serio sabe que va a pasar mal); y que también supo, con su hermoso relato, hacerme regresar en el tiempo hasta los días de nuestras primeras correrías por el monte cuando éramos capaces de arrastrarnos en los intrépidos cazadores de un feroz apereá. Sólo en una cosa me permitiré discrepar con usted Don Peta: en mi pago al menos la inmensa mayoría de los carpinchos que terminaron sus días en largas ristras de chorizos fueron abatidos con rifle 22, cuando no con las proletarias rossi 14 o 20, ¿se acuerda? En esa época los que tenían una 12 grande podían mandar parar las guitarras donde fuese y la gente del monte los miraba como a dioses depredadores o exterminadores.
Pero ese es un tema para discutir alrededor del fogón, por lo que pasaremos al que motivó este artículo: su inquietud acerca del cuchillo "para todo trabajo". En principio le diré que todos más o menos hemos tenido nuestro primer cuchillo y nuestra primera novia, ambos imposibles de olvidar. Mi primer cuchillo se fue con mi mejor amigo y mi primera novia ... ¡vaya... qué coincidencia! En fin ...
Como le comentaba al principio, su carta me hizo caer en la cuenta de que últimamente le estábamos asignando todo el estrellato al cuchillo de remate, que como todos sabemos es un fierro de gran porte, buen espesor, punta aguda muy afilada, generoso guardamano y toda una serie de atributos que lo hacen bastante odioso a la hora de armar el guisito sobre la tabla o de cuerear una liebre, amén de que corramos el riesgo de apuñalar al comensal de enfrente mientas cortamos una rebanada de pan. Y ahí es donde entra a tallar "el otro", que por lo general se queda en el campamento recluido en un solitario rincón de la mochila, pero con el íntimo placer de saber que ni bien llegue la gente del monte o del campo, el grandote ése irá a parar a una horqueta con vaina y todo mientras su dueño lo despide con un cariñoso: "Lo parió ... como pesa este fierro!"
La experiencia (esa implacable maestra que primero nos toma la lección y después nos enseña), nos ha hecho buscar un formato y tamaño de cuchillo que nos permita, por ejemplo, cuerear desde una liebre hasta un ciervo. Por lo tanto la punta no deberá ser muy aguda, así que si observamos con atención uno de esos que usan los matambreros o los desolladores de los frigoríficos notaremos una curva muy pronunciada cuyo centro en realidad parece estar en la muñeca del operario que es el punto sobre el cual gira su mano, por lo que la punta, que es casi roma, nunca llega a estar en posición de perforar el cuero.
Características del cuchillo multiuso
Otro punto a destacar es el tema del guardamano. Sabido es que su función, como el nombre lo indica, es proteger la mano de un posible deslizamiento hacia adelante, lo cual puede llegar a provocar serias lesiones justo a nivel de las articulaciones y tendones de los dedos. Pero en el campamento, en una cuereada o en el simple acto de comer, este riesgo es nulo, así que además de inútil el guardamano se nos vuelve un estorbo hasta para picar una cebolla, pues no permite que el filo asiente en toda su extensión sobre la tabla. Lo mismo pasa si tenemos que picar carne para los chorizos.
Claro, que un cuchillo de monte sin guardamanos pierde mucho de su "facha", así que en caso de tenerlo, que sea pequeño. Y el otro detalle que considero importante, es el diseño del mango, pues se supone que en algún momento tendremos las manos engrasadas, embarradas o muchas cosas terminadas en "adas", por lo que el cuchillo se nos volverá más resbaloso que teléfono de carnicero, así que debemos buscar un mango con buena asidera aún en esas condiciones.
Ése es uno de los motivos por lo que siempre les aconsejo a los que gustan de encabar su propio cuchillo con asta de ciervo, que no la pulan demasiado, de forma de aprovechar su natural rugosidad como antideslizante.
Una pequeña acotación al margen que nunca está demás: la sangre cuya función principal es la de transportar oxígeno, resulta terriblemente oxidante si le damos tiempo de actuar.
He visto hermosas hojas echadas a perder por no haber sido limpiadas luego de una carneada.